miércoles, 28 de noviembre de 2007

Pe-sa-di-lla



Ayer tuve una pesadilla y hace mucho que no tenía una. Pe-sa-di-lla. No me agrada el nombre, el diminutivo con el que se le trata, o más bien ese tipo de desestimación. Poca monta, es como decirle pececillo a un Tiburón Blanco. Pesa-dilla.

La noche no debía de ser distinta a las demás en este año, no debió cambiar ninguna variable a las de siempre que pernocto en mi hogar: Un suelo, una sabana, azul en las paredes, luz en las ventanas y sombras a cualquier ángulo de visión, un trance, un vacío, un sueño, un deseo del alma, un par de rostros, ambientes lejanos y difuminados. A partir de ese elemento, los sueños regularmente se crean de un pequeño grupo de ilusiones recurrentes: Una chica o dos, un día desde las nubes, un nombre repetido hasta el infinito, una canción, juegos de mesa, velocidad, monstruos deprimidos, conciertos, fragmentos del futuro y vidas ajenas. Pero la noche pasada no fue así.

Supongo que fue la televisión, me quedé dormido escuchándola. Generalmente intento distinguir el momento en que estoy aún despierto y cuando empieza el REM. Nunca pasa, pero ahora me interesaba el sonido de las noticias.

Corría, me escondía en los cuadros, en las paredes. Nadie estaba viendo, era una simple sombra y me perseguía algo. Nunca había sentido más terror que en ese instante.

Encontraba amigos, encontraba a gente que no me importa y personas con las cuales siempre sueño, pero no observaban, veían atrás, a quien me perseguía, a través de un largo pasillo, con paredes de madera ardiente y laminado de parqué, cuadros con fotos de la infancia y ventanas con vista panorámica a tornados, un par de huracanes y al centro de un volcán (es difícil distinguir que se trata de eso, tan solo asomarse significaría un bronceado demasiado intenso... sólo digamos que lo intuí) y decidí volar.

Pero no pude. Me fijé en mi espalda, había un hilo de plata cuyo origen estaba hundido en mi corazón, (Lo intuí otra vez). Era un papalote; un ave con correa.
Y lo intente cortar, con todas mis ganas, con la desesperación y los poderes que tengo en el somnoliento mundo de mi in-conciencia. Nada.

Y explotó el terror. Y mi mente tembló y mis manos se deshacían. Sentí que jalaban del hilo de plata, lo sentí claramente, era absorbido. Me obligaron a voltear, me obligaron a ver a mi perseguidor, me obligaron a voltear a la abominación que se aproximaba y se hacía nítida, primero como una silueta aberrante, una masa irregular, pero que ardía con una luz roja siniestra, luego el contorno, ¿Era un hombre? ¿Era mi padre...? no. Me distinguí, con una mirada siniestra, con un puñal en las manos. Venía a recuperarme, a mí, su sombra, la sombra de un monstruo atemorizada por él...

Desperté, temblando, en la madrugada. Vi la ventana y vi la Luna llena. Ya no dormí.

Ya no.

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